Es un tópico decir que la seriedad de los alemanes roza la frialdad. Pero los tópicos siempre tienen algo de ciertos, y en este sentido, la visita de Benedicto XVI a Alemania está rodeada de tópicos que, siendo ciertos, no son determinantes.
Benedicto XVI ha llegado hoy a Alemania, y nada será igual cuando el domingo el Papa Ratzinger abandone su país. Así sucedió hace más de treinta años tras el primer viaje de Juan Pablo II a Polonia, y así sucederá con este viaje. Y esto porque, con frialdad o sin ella, la comunidad católica y la sociedad alemana en su conjunto, esperan al Papa. A nadie deja indiferente que un Papa nacido en Alemania se reúna con la comunidad judía en suelo germano, como tampoco puede dejar indiferente a nadie que se dirija en su lengua natal al Bundestag. A estas alturas todo el mundo sabe que la trasparencia con la que Benedicto XVI anuncia la verdad de Jesucristo nada tiene que ver con la condena o la exclusión. Benedicto XVI regresa a Alemania para acompañar a la Iglesia que está encarnada en esa tierra, y para recordar a los alemanes que la exclusión de Dios sólo acarrea la desgracia para para el hombre y para la sociedad.
El propio Papa lo ha explicado ante las cámaras de televisión: no habrá ningún show, porque lo sensacional será reconocer de nuevo que la luz que viene de Dios nos ayuda a vivir, y esa luz se proyecta espléndida, a través de hombres y mujeres que lo acogen y lo siguen, también en la secularizada Alemania.